En este período de diversificación cultural se pueden identificar dos grandes estilos regionales: uno en la costa norte, caracterizado por cerámica bicromática con mango de estribo (Mochica), y el otro en la costa sur, con cerámica policromada con mango de puente (Nazca). Otros estilos aparecieron en Virú (La Libertad), Lambayeque, Recuay (Ancash), Lima, Cajamarca y Huarpa (Ayacucho). Estas culturas llevaron a cabo obras hidráulicas a gran escala para regar la costa desértica. Construyeron canales, sistemas de drenaje y presas que desviaron el agua de los ríos; también cavaron pozos para aprovechar las aguas subterráneas. De esta forma aumentaron notablemente la capacidad productiva de sus regiones. Estos cambios tecnológicos y económicos provocaron otros en el campo político que hicieron de estas sociedades los primeros “estados” de los Andes.
Mochica inició su desarrollo en los valles de Moche y Chicama (La Libertad) y se expandió hasta Alto Piura en el norte y el valle de Huarmey (Ancash) en el sur. Aprovecharon la fertilidad de los valles de la costa norte, con un clima cálido y húmedo, pero dos problemas afectaron su desarrollo: el avance del desierto y el fenómeno de El Niño. Los Moche no tenían un poder centralizado, sino varios curacas que dominaban en cada valle. Estos señores, como el de Sipán, ostentaban poderes sagrados y militares. Como símbolo de su poder llevaban prendas de oro, plata y piedras preciosas. Los ajuares encontrados en las tumbas revelan su alta jerarquía. También tenían un séquito de familiares, sirvientes y “funcionarios”.
Los Moche tenían dioses antropomórficos donde destaca una deidad felina, que lleva un cinturón de serpiente y porta un cuchillo ceremonial (Aia Paec o el “asesino”). En sus rituales, el consumo de alucinógenos permitía la “comunicación” directa con sus dioses; por eso los sacerdotes, curanderos o “chamanes” gozaban de gran prestigio. Los sacrificios humanos (“ceremonia de sacrificio”) eran una práctica común. Construyeron templos piramidales truncados de adobe con plataformas y paredes decoradas con escenas rituales (Huaca del Sol, Huaca de la Luna y El Brujo). La cerámica también tenía una función ritual ya que está decorada con escenas de ceremonias religiosas. Tenía dos colores (ocre y crema) y podía ser pictórico o escultórico (el “retrato de los huacos”).
En 1987 fue rescatada de los huaqueros la famosa tumba del Señor de Sipán. El hallazgo arqueológico mostró por primera vez todo el esplendor de una tumba correspondiente a un señor moche. El equipamiento funerario que lo acompañó al más allá era sumamente rico: objetos de oro, plata, cobre y tumbaga (oro mezclado con cobre); turquesa, mullu y cerámica; el Señor, además, había sido enterrado con parte de su corte. El valor histórico del hallazgo superó con creces el valor material de los objetos, ya que reveló facetas desconocidas de la vida y cosmovisión de los mochicas. Por último, la tumba confirmó la gran habilidad de estos antiguos peruanos en el trabajo de los metales.
La cultura Nazca se desarrolló a partir del templo de Cahuachi, una pirámide truncada construida con adobes hechos a mano aprovechando el promontorio natural. Su organización parece ser una confederación religiosa compuesta por ayllus de diferentes linajes que habitaban los valles de Ica. En las vasijas y textiles también se notan aspectos de su vida religiosa y política. Predominan las escenas de guerra ritual para obtener las preciadas cabezas trofeo; los hombres arriesgaron sus cabezas y usaron porras, cuchillos de obsidiana y estolios. También hay mujeres como víctimas. Constructores expertos de acueductos subterráneos o puquios, los nazcas desarrollaron una cerámica sobresaliente en términos pictóricos.
El Nazca terminó de dibujar los famosos geoglifos de las Líneas de Nazca. Estos no parecen haber tenido un significado astronómico. Son la huella material de un complejo ritual propiciatorio. Los nazcas trazaron plazas y senderos para sus danzas rituales que, junto con oraciones y ofrendas, miraban un punto en el horizonte. Creían que sus antepasados, los apu tutelares, iban en esa dirección. Estos rituales se desarrollaron con el paso de las estaciones y coincidieron con la llegada del agua, recurso clave en la supervivencia del hombre costero.
Las causas del declive de los nazcas y mochicas no están del todo claras. Parecen estar relacionados con los efectos de un fenómeno violento de El Niño y la expansión de la cultura Wari.
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