Diego, el rebelde (Luis Alberto Vásquez)

Diego, el rebelde (Luis Alberto Vásquez)


Se escribirán miles de historias alrededor del mundo en diferentes idiomas, se contarán anécdotas desconocidas, retazos de su vida, de sus intimidades y por supuesto; sus goles, sus jugadas, su maestría, sus campeonatos, sus copas, sus camisetas, sus amigos, sus enemigos.

Para unos era un Dios, para otros el mismo diablo. En la cancha, un genio del balón. Ya lo dijeron: aunque el fútbol no murió, una parte sí lo hizo. Porque en Diego se va la ternura para tocar un balón, la maestría y la velocidad de un pase como el que le dio a Caniggia para marcar un gol contra Camerún, la genialidad para llevar a media selección inglesa en un Mundial y lograr el gol más bonito en el mundo y en la historia, porque ese gol lo gritó todo el planeta y podemos seguir viéndolo y gritar de nuevo como Víctor Hugo Morales, ese gol inmortal que solo Diego pudo lograr o hacer un gol con la mano, con una chalaca, con un tiro libre, con un cabezazo, con la rodilla, un gol olímpico, en la hora final de un campeonato y siempre gritándolo con la afición, con la gente del fútbol que lo idolatró toda su vida.

Con esa zurda de oro hizo lo que quiso en una cancha, levantó copas, campeonatos, también los perdió y lloró, hizo campeón a Boca, Barcelona, ​​Nápoles en Italia y campeón del mundo a la selección argentina. También le contó todo a la FIFA y a la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), los llamó mafiosos y ladrones, insultó al Papa, a los reyes de España, a los gobernantes más poderosos del mundo y se abrazó con Fidel, con Evo, con Lula, con Chí ¡vez, con Pepe Mujica y con los Kirchner, tenía al Che en el brazo y en el corazón y decía que era zurdo, no solo por la pelota, sino también por sus ideas y creo que era solo por joder.

Maradona fue un rebelde, con causas y sin causas. Dijo lo que pensaba, lo que soñaba, abiertamente. Se equivocó mil veces, se disculpó, se peleó con sus amigos, volvió a reconciliarse. Comió, bebió, se enfermó de cocaína, volvió al campo de entrenamiento, cantó con el Mercedes Sosa negro, escribió un libro, cantó su propia canción, grabó una película, estuvo en la televisión día y noche, fue portada de todos las revistas del mundo, gritaba, saltaba de alegría, por fanatismo o porque se había pasado con una dosis de alcohol y coca, amaba con locura una y otra vez y nunca pudo vivir su propia vida, con Doña Tota, su madre, ni con sus hijas, la fama también lo mató poco a poco, tomó lo mejor y lo peor de la vida y vivió todos los extremos, aunque nunca olvidó ser una cebollita, ni sus amigos del barrio de su niñez, donde estuvo un niño pobre después de una pelota.

Diego era un rebelde en el fútbol y en la vida. Diego era un genio en cualquier cancha del mundo y con el balón en los pies. En ese territorio era invencible, conmovedor, un guerrero que aguantaba patadas y puñetazos sin quejarse jamás. Se levantó para hacer una travesura y hacer estallar de felicidad al pueblo tribuno que hoy llora por él. Pero en la vida, esa que se lucha y se logra con esfuerzo y sacrificio, Diego no fue ejemplo para nadie. Simplemente hizo que nuestros corazones latieran.

Que esta vida exagerada es un reflejo para los chicos de hoy, que este camino oscuro no te lleva a ningún lado, que un deportista de altas cualidades no puede dejar el mundo a los 60, es la mala vida la que te ahorca, porque a decir verdad, Hace años, Diego ya se moría de tristeza y era triste verlo y escucharlo, obeso, enfermo y con los ojos desorbitados.

Quizá nunca más volvamos a ver a un genio como Diego. Por ahora quiero recordárselo en el aire con esa brutal zurda lanzando un balón.


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